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8 de julio de 2011

Otra Gran Salida

De nuevo me internaron en el hospital, debido a lo mismo de siempre con un pequeño giro que hizo de ésta mi más larga estadía en el recinto de salud física. No daré detalles pero me operaron y luego de eso debí quedarme 50 días internado. Cada hospitalización es distinta por varias razones, desde los compañeros hasta el personal de enfermería, los doctores, la cama, los medicamentos, las historias que quedan.

Las historias que uno recuerda casi siempre son las divertidas, pero también hay otras tristes, como el hombre que murió, que tenía aproximadamente mi edad y que varias veces escuché por la noche hablar por teléfono con su hijo, dándole consejos y diciéndole cuánto lo amaba. Ni siquiera me puedo preguntar si debía o no morir, si era lo mejor o una tremenda injusticia. También murió don A., a quien sus familiares prácticamente llegaron a abandonar al hospital, esperando que muriera. Parece cruel o malicioso que lo diga, pero la experiencia y otras historias escuchadas en el hospital me dan buenas razones para afirmar que así fue.

Pero lo más triste, lo más absurdo de estar en el hospital es cuando un compañero paciente se te acerca y comienza a hablarte. Te pregunta acerca de tu enfermedad, el tiempo que llevas internado, hace comentarios acerca de lo aburrido que es estar ahí y que hay que tener mucha fe en Dios, porque no se debe perder nunca la esperanza. Quizá te cuenta acerca de su caso, quizá comente acerca otro paciente que está en peores condiciones que ambos. Y luego, comienza a hablar de su "producto" que lo cura todo. Son pastillas, jarabe, un aparato mágico que lanza rayos gama y luz ultravioleta. Pero lo que sea que tengas lo puede curar. Yo miro a ese interlocutor pensando: ¿y entonces por qué estás aquí metido? Nunca me he atrevido a preguntar.

Yo no creo que se haya infiltrado como agente secreto fingiendo una hernia o dejándose operar un apéndice sano sólo para llegar a ese mercado tan necesitado como somos los verdaderos enfermos. Lo mismo sucede con aquellos que "conocen a un pastor que hace sanaciones". ¿Por qué no los sanó, por falta de fe, de dinero? Es como un calvo completo que vende soluciones para la caída del cabello. Algunos lo hacen, pero para usarse a sí mismos como prueba de que sus soluciones sí sirven. ¿Pero los otros? Parecieran usarse a sí mismos como prueba de que su producto en realidad no cura todo.

Qué mentira tan desesperada. Qué intento de estafa tan descaradamente desesperado. Situaciones de este tipo me hacen preguntarme acerca de cuál será la verdadera naturaleza del equilibrio universal. Quizá la justicia sí existe.

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://www.watchtower.org/s/bh/article_11.htm :) a mi me parece interesante este articulo :)