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13 de diciembre de 2010

Navidad en Febrero

O en marzo. O en junio. O en septiembre. No importa en realidad, se trata de cambiar la fecha, no importa por cuál.


Es el tipo de ideas que escucho en la radio. Una persona que habla de cómo la Navidad se ha convertido en una fecha sólo para comerciar y consumir, que se ha olvidado el verdadero propósito de esta celebración. Sugiere que al cambiar la fecha a la festividad, se eliminará el factor dinero, y de nuevo se recuperará el verdadero significado de la fecha. Que la idea no es tan descabellada, pues en la Biblia no figuran datos exactos, y que el cambio es posible. Esta persona siente que podría ser el precursor del cambio, que las futuras generaciones, celebrarán la Navidad perfecta y recordarán a aquéllos que les enseñaron cómo hacerlo.


Qué idea tan mala, si me permiten decirlo.


Más allá de que si es posible o no cambiar la fecha de la Natividad del Señor Jesucristo según las ambigüedades de la Biblia sin alterar el resto del año litúrgico, ¿acaso eso cambiaría en algo la comercialización de la fecha? El análisis más superfluo revelaría que los primeros en anunciar con bombos y platillos el cambio oficial de fecha de la Navidad, serian los comerciantes. Santa Clós se rasuraría y utilizaría bermudas, pero seguiría llevando regalos a los niños del mundo entero y anunciaría el refresco de moda y las ofertas de electrónicos en los centros comerciales. Cambiar la fecha no cambiaría nada. Es una idea muy ingenua, para criticarla de un modo inocente.


Muchas cosas en este mundo han tratado de ser cambiadas por las personas al cambiarlas externamente, y eso dificilmente puede ser real. No se trata de cambiar las fechas de la Navidad, hay que cambiar a la gente. ¿Quieren ser pioneros? Entonces compremos regalos con significado más que con un precio alto, y antes de darlos a nuestros hijos, hagamos una reflexión acerca del significado e importancia de la fecha, de estar juntos, de compartir en familia, de apreciar lo afortunados que somos, y que el amor es el único que de verdad nos puede salvar. El amor unido a la inteligencia.


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