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26 de junio de 2008

La Noche del Suicidio


A los quince años traté de quitarme la vida. No, no es literatura ni una invención mía. Los que mejor me conocen podrían confirmarlo. Desde los ojos de quien soy ahora es una tontería y una exageración, pero no deja de tener significado para mí, y en aquélla época fue algo crucial.

Todos aquellos que alguna vez lo han intentado, al igual que yo, quizá tengan después la oportunidad de comprender lo inútil y tonto del acto, pero resulta que muchos de quienes lo hemos intentado, no fallan. Los que mueren perdieron la oportunidad, quizá, de aprender lo que yo aprendí. Los que han vivido en un mundo donde las emociones los agobian, donde pareciera que la maldad del mundo se ha apoderado de todo, donde las lágrimas de una mujer te hacen comprender la maldad de la gente, la desesperanza de la vida. Quienes han vivido la desesperación de sentir que no tienen control de nada, que no vale la pena vivir en un mundo donde todos sufren, donde hasta los gestos de bondad tienen su origen en verdaderas intenciones ruines y mezquinas. Yo fui uno de ellos, y aún lo sigo siendo, pero no del todo. Porque descubrí que vale la pena vivir, que aún hay control aunque no lo parezca, que las lágrimas de una mujer esconden también una belleza sublime a la que hay que abrazar en los momentos de desesperación. Que el cielo siempre estará allí, y siempre será bello.

A muchos no les gustará o no estarán de acuerdo, pero así lo aprendí. Y jamás me sentí tan vivo como cuando me sentí morir, porque descubrí que el control lo tengo yo, y aún si a nadie le importa qué suceda conmigo, la persona a quien más debo cuidar y quien mejor me cuidará soy yo mismo. Descubrí que la existencia humana no es lo más importante que hay, es lo ÚNICO, y que todo lo demás no importa. Y también decidí que ayudaría a quienes alguna vez se sintieron así, para que aprendieran lo que yo aprendí y no murieran. Por eso soy psicólogo.

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