Ella vino, por fin, vestida de nego y azul. Sus ropas eran extrañas y su pelo largo estaba amarrado con una especie de listón extraño también. Como si viniera de un lugar desconocido no sólo para mí, sino también para el resto de la Humanidad. Vino a acompañarme, por fin, y se quedó en mi cuarto oscuro abrazándome y recordándome los sueños en que habíamos hablado y poco a poco planeado ese encuentro. Fue tierno.
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Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos todo había cambiado. Fuera de mi cuarto corría un río de lodo, un óceano de una masa oscura y espesa. Y ella estaba ahí, recostada sobre algo que parecía una alfombra, flotando sobre todo eso. Yo la veía, tan lejos y tan cerca, y escuchaba la canción que sonaba, con una parte que repetía constantemente una frase que me llenaba de miedo, que se mezclaba con perversidad. Trataba de comprender cómo todo eso me salvaría, cómo esa canción me salvaría, cómo abandonarla me salvaría...
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Fue ahí cuando me di cuenta de que el frío que siento en el cuerpo sólo lo puede calentar otro ser humano...
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