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11 de junio de 2010

De Noche Para Siempre (XCIX)

Era costumbre en el centro de prácticas realizar un viaje anual que duraba un fin de semana. Se realizaba como parte del programa de Salud Mental, lo cual quería decir que era simple diversión, pero además contaba como 48 horas de práctica. Los alumnos de 3o debían reunir 300 horas, los de 4o, 400 y los de 5o, quinientas horas como requisito para aprobar el curso. El viaje era todo ganancia, y nos dejaba excelentes recuerdos.


Recuerdo un viaje a Panajachel (quienes no lo conocen pueden informarse aquí). Disfrutamos del lugar, la compañía, la diversión. Pero sobre todo recuerdo que al final de la primera noche, cuando regresamos al hotel en que nos hospedamos, cada quien se fue a dormir a su habitación. En realidad, compartíamos habitaciones en grupos de tres o cuatro. Yo no fui a acostarme en ese momento. Me senté en una banca y observé un rato la luna llena. Hermosa. Como cuando era adolescente y subía al techo de mi casa también para observar la luna y pensar. Pensar en la vida, su significado, el significado de mi existencia y mi insignificancia.



Me senté en la banca, respiraba el aire de la noche y observaba esa luna gigante iluminando el cielo despejado. Me sentí completamente en paz, y sabía que ese momento solamente lo podía compartir con alguien. Con R. Inocentemente quizá, sigo convencido de que ella hubiese comprendido mis sentimientos en ese lugar y momento. Sin afanes románticos, creo que ella hubiese compartido esa paz que sentía con ese silencio y esa luz clara de una noche inolvidable. Creo que ella no hubiese perturbado ese sentimiento. Sin embargo, ella no estaba ahí. Estaba en su habitación y quizá ya descansando. Era yo, solamente yo quien vivía esa ocasión tan importante. Como casi siempre en mi vida.


No me arrepiento del momento, es de esos que estarán en mi recuerdo por siempre. Pero hubiese preferido compartirlo, y compartirlo con ella. Sueño con esa paz, que tanto se me ha escapado en estos días, con su rostro que no lo he visto en tanto tiempo, con su voz y su sonrisa. Y con la luna que me enseñó la humilde felicidad de respirar.


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