Los años 2,003 y 2,004 fueron sumamente satisfactorios como maestro. Anteriormente había trabajado teniendo una computadora entre los alumnos y yo, de modo que la experiencia era distinta. Antes ya había trabajado sin computadoras, pero fue en años en que era más joven, con menos experiencia docente y menos seguridad en mí mismo. Ya no tenía que enseñar los mismos contenidos respecto a computación y programación. Podía dejar eso de lado y enseñar idioma español y literatura. Mi motivación era tan grande que se transmitía a mis alumnos. A la vez, cuando el personal administrativo necesitaba ayuda técnica con las computadoras, yo demostré tener más conocimiento que quien era el maestro de computación. Me sentía grande.
Tuve la oportunidad de sentirme más cerca de mis alumnos. Establecer relaciones personales más estrechas y significativas. Utilizar técnicas de enseñanza distintas. Mejorar mis propios conocimientos y transmitirlos. Tuve la oportunidad de ser evaluado quizá como el mejor docente de la institución. Y a la vez, tuve la oportunidad de estar de nuevo en la que fue mi casa. Pero me di cuenta de los cambios que sufrió, de cómo los rincones que habían sido especiales y de los que me sabía su historia, ahora no significaban nada. Vi la muerte en vida de la que había sido mi casa y mi hogar.
Como siempre, demostré que era un buen maestro, alguien inteligente y que sin embargo no se ceñía a las reglas habituales. Tenía una manera distinta de hacer las cosas que a la vez no resultaba ser incorrecta. Demostré seguir mejorando como docente y como estudiante. En la Universidad seguía mejorando y encontrando mi identidad como profesional, como adulto, como hombre. Aún me faltaba ser un marido y un padre mejor, pero el destino me iba a tener para más tarde esas lecciones.
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