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1 de junio de 2010

De Noche Para Siempre (XCVII)

La casa donde viví de niño es bastante especial para mí. Todo tipo de recuerdos de mi infancia y adolescencia. Sin embargo, el destino me tenía reservada una sorpresa, que no sería tan amarga ni tan grata.



Cuando me casé, dejé la casa donde había vivido y me mudé a la de mi esposa. Tiempo después animé a mi mamá y mi abuela a dejar la casa también. Después de que se fueron, el ingeniero decidió dejar también la casa y alquilarla. Resultó que a quien la alquiló la utilizó como instalación para un colegio. Yo, siendo maestro y conociendo a los antiguos dueños de la casa, fácilmente conseguí una oportunidad para trabajar ahí. Me dieron la oportunidad de trabajar como maestro de computación y programación, y estrenar el laboratorio de cómputo que iniciaría con el colegio. Sin embargo, pedí una oportunidad para trabajar en el área de idioma español y estudios sociales. No sabía en ese momento que comenzaría mi época más satisfactoria como docente.


Así pues, comencé a trabajar en un colegio nuevo, con alumnos nuevos, instalaciones nuevas, en una casa donde pasé mi niñez y adolescencia. Era divertido y monstruoso regresar todos los días a la casa donde crecí y ver los grandes cambios, las habitaciones llenas de pupitres, los rincones de tantos recuerdos ocupados por alumnos desconocidos, la basura que nunca falta en los colegios, el ruido y las paredes nuevas. El jardín desaparecido bajo el concreto. Parecía que la casa no me dejaría ir tan fácilmente, pero creo que también cumpliría el mismo destino de muchas cosas y personas en mi vida. La ilusión de la infancia sería la decepción de la adultez. El desencanto de la madurez.


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