Yo bailaba. Y no era tan malo, en mi opinión. Como dije, 1995 fue un año de muchas primeras cosas, y marcó mi ser en más de un aspecto. También fue el primer año en que fui a una fiesta propiamente dicha, y bailé por primera vez en público.
Yo asistía al Instituto San Ignacio, y al lado estaba el colegio Monte María, donde hice mi primaria en una Escuela dentro del colegio. La institución era sólo para mujeres, fuera de dicha escuelita. No sé cómo alguien se enteró de que habría una fiesta, ni siquiera recuerdo la ocasión, pero decidimos que iríamos. Era una de esas cosas que se quiern experimentar, aunque no se tenga ni idea del resultado que se obtendrá, ni cómo reaccionará uno mismo. A veces puedo recordar si una palabra o una frase de un libro estaba en la parte superior o inferior de la página, en la página derecha o izquierda, pero no recuerdo ni siquiera qué día fue la fiesta, sólo recuerdo que fue por la tarde. Creo que de algunas cosas recuerdo más lo que sentí que los datos en sí.
En fin, fuimos y comenzó el baile luego de algún tiempo. Niños de 13, 14, 15 años practicando para cuando fuesen mayores. La proverbial línea de mujeres frente a la línea de hombre, todo con bastante orden. Risible. Me animé junto con algún amigo a sacar a bailar a alguien, y nos unimos a las correspondientes filas. Comencé a bailar, y luego de unos minutos uno de mis compañeros de grado, con cierta fama de bailar bien, me hizo un gesto de "bailás bien, Abuelo..." y yo me sentí genial. Si tenía algún miedo, desapareció.
Bailé con un par de parejas y, asombrosamente para mí y quizá no sólo para mí, terminé bailando con dos mujeres. No mujeres, pues, tenían más o menos nuestra edad. Pero de pronto me encontré en una situación envidiable en la primera fiesta a la que asistía. Resulta que la señorita dudaba en aceptar mi invitación a bailar porque pronto se casaría, así que una amiga salió en su apoyo, y terminé bailando con dos. ¿Suerte? Seguramente, pero supongo que ese buen comienzo hizo que me encantara salir a bailar y tuviera la confianza en mí mismo al hacerlo, y la tranquilidad que siempre me caracterizó. Ahora me hace falta hacerlo, pero nada más con mis piernas. Mi mente baila tanto a veces...
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