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9 de junio de 2009

De Noche Para Siempre (XVII)

Una de mis historias favoritas de cuando tenía esa edad (15) es que fui el autor intelectual de una escapada memorable (y súper secreta) dentro del instituto. Ya conté la escapada de la clase de computación por quedarme en la piscina, pero esa historia es poco en comparación.

El instituto era dirigido por jesuitas, sacerdotes católicos bastante estrictos. Teníamos una misa a la semana, en la capilla del colegio. Y a mí se me ocurrió que sería divertido escaparse de ella. Mi línea de pensamiento fue más o menos la siguiente: cuando íbamos a misa, lo hacíamos ambas secciones, A y B, y no teníamos asientos asignados en la capilla, de modo que no había forma de que nadie se diera cuenta de si estábamos o no. Nadie notaría la ausencia en el desorden. Además, era en el mismo desorden que nos dirigíamos a la capilla, así que ni siquiera había modo en que se dieran cuenta si íbamos o no. Se me ocurrió, como muchos lo hacían, que "pasaríamos al baño" antes de ir a la capilla, pero nos quedaríamos allí escondidos hasta no escuchar a nadie, y saldríamos después. Así lo hicimos, y esperamos el tiempo suficiente como para que todos entraran a la capilla y nadie notara que estábamos afuera. Nuestro grado era el que ocupaba el nivel más alto del edificio, y no pasábamos frente a las aulas para bajar las escaleras. ¡Todo era perfecto!

Bajamos y, como el colegio era grande, nos fuimos a la parte donde funcionaba la primaria por las mañanas, cerca de la piscina. A esa hora estaba desocupada toda esa parte. Paseamos, hablamos y nos sentimos especiales al romper de ese modo las reglas. Luego de un rato regresamos, y teníamos que pasar delante de la sala de maestros para regresar, eso sí. Fue lo más emocionante cruzarnos por enfrente de la puerta abierta "sin que nos miraran". No sé si lo hicieron, pero no pasó nada. Regresamos al baño, a esperar que terminara la misa. Terminó, nos mezclamos de nuevo entre todos y regresamos a las aulas. Yo no cabía en mí, y me sentí tan orgulloso al hablar con mis cómplices a la hora de salida. Nadie se había dado cuenta de nada.

La única forma en que podrían descubrirnos, sería a la hora de asignar las lecturas para la misa. Una semana asignaban a una sección, otra semana a la otra. Sólo debíamos ausentarnos cuando no asignaran lecturas a nuestra sección. De lo contrario, podrían descubrirnos al llamarnos para las lecturas y no estar. Me sentí tan bien pensando en todo... Fui un genio criminal durante un par de ocasiones.

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