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10 de junio de 2009

De Noche Para Siempre (XVIII)

Genio criminal. Sabíamos el riesgo que corríamos, así que no abusamos de nuestra suerte y no quisimos jugar a que nos suspendieran o incluso que nos expulsaran del instituto. Sin embargo, disfrutamos de otra escapada para recordar.

Ya mencioné que el edificio en que el estaban nuestras aulas era de tres niveles. Nosotros estábamos hasta arriba y eso se sentía bien. El edificio de al lado era de dos niveles, de modo que el tercer nivel del nuestro daba a la terraza del otro edificio. En éste se encontraba la capilla, en el extremo opuesto de donde estaban nuestras aulas, lo suficientemente lejos. Nosotros adquirimos la costumbre (creo que, para variar, por iniciativa mía) de pasarnos de un edificio a otro. Había un pequeño espacio y, por supuesto era emocionante pasarse a la terraza del otro edificio, sobre todo cuidando que nadie nos viera. Eso lo hicimos varias veces a la hora del receso, y recuerdo una ocasión en que me avisaron que se aproximaba una maestra, así que tuve que tirarme acostado sobre la terraza esperando que no me vieran, y tratar de escuchar atentamente lo que pasaba en el otro edificio. Estuve acostado un tiempo eterno y hasta me pareció escuchar la voz de la maestra, pero no me moví para nada. Después de unos minutos, un compañero (cómplice) me avisó que todo estaba bien, y regresé al edificio que me correspondía, un poco más viejo.

Se imaginarán que el siguiente paso era subir a la terraza del otro edificio, al mismo tiempo que nos escapábamos de misa. Subir a la terraza e ir hasta el lugar que estaba sobre la capilla, mientras la misa ourría: éxtasis total. Afortunadamente, el plan salió bien. Nos escapamos, nos subimos a la terraza, sigilosamente nos colocamos sobre el techo de la capilla, todo perfecto. Y tan emocionante que no lo repetimos. Algunos se hacen adictos a las emociones, otros las disfrutamos y sabemos cuándo parar.

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