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17 de diciembre de 2009

De Noche Para Siempre (LXXVII)

Las mujeres embarazadas son hermosas. Se dice que a algunas les dan "antojos", se les antojan ciertas cosas, a veces extrañas, casi siempre para comer. En el caso de mi esposa, supongo que al identificarme con ella fui yo quien sufrí los antojos. Durante una época quise mucho comer mantequilla de maní. No hacía combinaciones extrañas con otras comidas, pero necesitaba comerla a diario. Después tuve el antojo de poporopos (palomitas de maíz, rosetas de maíz, cotufas, etcéteras) de cierta marca, con queso. De nuevo era algo de todos los días. Era graciosa mi necesidad.


Algo más que me gustó mucho del embarazo de mi esposa fue cómo reaccionaba mi hija a mi voz. Me gustaba darle las buenas noches y hablarle dentro del vientre de Sugey. Ella reaccionaba, quién sabe si a mi voz o al tono grave o qué, pero se movía dentro de mi esposa. Me gusta pensar que se movía como si estuviese feliz de escucharme. A veces al revés, estaba inquieta y al hablarle dejaba de moverse. Sentir su pierna o su brazo a través de la piel de mi esposa eran cosas que me hacían muy feliz. Precisamente, me gustaba decirle que era "mi bebé feliz".


Me considero una persona bastante tranquila, que mantiene los nervios fríos en situaciones en que otros se dejan abrumar. El día del parto, mi esposa rompió fuente y hubo que llevarla al hospital rápidamente. Yo traté de mantener la calma, de no ser el padre nervioso que corre por todos lados, histérico por su bebé. Yo me quedé en casa, cuidando de María. Por la noche recibí la llamada, había sido niña. Yo ya lo sabía, muy a mi pesar. Prefería la sorpresa, pero mi esposa no, y en uno de los exámenes de control averiguó el sexo.


Sin embargo, debo decir, yo siempre deseé una niña.


Me hizo tan feliz...


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