Desde que ese bebé es o no es deseado, ya se está tomando una actitud frente a él. Se le culpa de que tuvimos que casarnos, aunque frente a la sociedad e incluso frente al espejo se niegue rotundamente. Si se parece al padre que nos abandonó, ya se tiene otra razón para tenerle algún rencor escondido que ni siquiera nosotros mismos reconocemos. Si nuestra actitud frente a los estudios es pésima, si nos pasamos repitiendo que no se necesita un grado académico para triunfar en la vida, estamos enviando mensajes a nuestros hijos.
¿Qué sucede con los ejemplos en la vida? Hablan de decirle al hijo que no fume, con el cigarro en la mano, pero no dicen nada del control de las emociones. El enojo que no podemos controlar y la tristeza que tratamos ocultar. ¿Qué pasa cuando a nuestros hijos no les enseñamos a comprender la frustración, la ira, la alegría o la nostalgia? Quizá los mismos padres no las comprenden y no saben manejarlas.
La verdadera estimulación temprana, que es completa y desde el embarazo. Que no se trata de convertir a nuestros hijos en genios o súper atletas, sino en seres humanos completos y sanos, capaces de triunfar, que no es lo mismo que sobresalir.
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