Según Carlos Castilla del Pino, cuando habla de su Teoría de los Sentimientos, el odio es necesario. Todos odiamos y es normal. El odio es algo natural en los seres humanos. Sin embargo, el odio cumple una función en la vida, y es cuando cumple esta función que el odio se justifica y es "sano". Fuera de su función, el odio es enfermizo, inutilizante, inútil, neurótico o a lo más, inadecuado.
Se les tiene que enseñar a nuestros hijos un poco de todo. A respetar a sus mayores, se les envía a la escuela, se les enseña a vestirse y más o menos cómo comportarse en sociedad. Pero la vida interna se deja muy descuidada en la mayoría de los casos. Se les deja a los niños aprender cómo expresar sus sentimientos con la televisión. Donde los que se acaban de conocer se gustan y se acuestan, donde los que están enojados se arreglan a balazos. Pero, ¿se puede realmente culpar a los adultos, cuando ellos mismos viven un infierno es su vida sentimental propia? No sabemos amar, pero tampoco sabemos odiar.
Odiar sirve para alejar. Alejar un trabajo, una novia, una persona desagradable, un evento incómodo. Odio la sopa, e idealmente eso debería servirme para alejarla de mí por el resto de mi vida y no tener que comerla nunca más. Si odio a alguien lo alejo de mí, pero una vez lejos, ya no tengo por qué odiar, y el sentimiento desaparece. Si esa persona vuelve, el sentimiento se renueva, pero no tendría por qué existir mientras la persona esté ausente. Pero las personas logran sacar a quienes odian de su realidad objetiva, mas no de su vida interna.
Piensan en el ser odiado, lo recuerdan, recuerdan las anécdotas juntos, aquella traición si ese fuera el caso. Cuando se trata de lugares, eventos, cosas y otros, es más fácil, pero pareciera que la gente es más difícil de dejar atrás. Y ni siquiera se tuvo que haber amado primero. Puede ser un compañero de trabajo que nunca te cayó bien. Un compañero de estudios completamente antipático para ti. Pero, es muy cierto, cuando se ha amado antes, el odio es más difícil de controlar. Sin embargo, recordemos su función y actuemos de acuerdo a ella. Si logramos alejar a esa persona y no la vemos siquiera, ese odio funcionó, y deja de ser necesario.
Aprendamos a odiar así como a amar, y enseñémosles a nuestros hijos a hacerlo.
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