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20 de agosto de 2009

De Noche Para Siempre (XXXIX)

Si no mal recuerdo, el novio de Luz se llamaba Juan José. Al final ella ha resultado ser la mujer que más tontamente ha conducido su corazón. Y no lo digo por un simple hecho, sino por un patrón que ella siguió hasta que perdí contacto con ella. Quién sabe, quizá haya cambiado, quizá algún día sepa de ella otra vez.

Ella quería mucho a su novio, creo que siempre que se enamoró lo hizo completamente, como sólo en los libros se ha de describir. Ese año se organizó una excusción a unas piscinas, pero ella no pudo ir. Yo sí pude, y casualmente me encontré con una escena triste. Su novio, abrazando a Astrid, una estudiante de Cuarto Perito en Mercadotecnia. Él me miró con una mezcla de culpa y cinismo, y extrañamente ella me vio como con complacencia. Hasta podría imaginar que ella lo planeó. Siempre fue muy extraño, porque tiempo después Astrid se acercó a mí, como si quisiera apoderarse de mí, como si lo que hiciera lo hiciera en contra de Luz. Como si quisiera alejar a todos de ella.

Pero lo que más importa es que me convertí en el apoyo de Luz. Fui su amigo, su oído, su consejero. En una ocasión en mi aula, hablamos como siempre de lo mucho que le dolía y lo difícil que era olvidarlo. Como siempre, yo le aconsejaba, la escuchaba, sufría su dolor y vivía la frustración de lo inútil que era todo. Al final, comprendí que sólo seríamos amigos, la abracé con amor y asumí por fin la resignación.

Es extraño el dolor humano. Creo que Luz ha sido el dolor más grande que he vivido. El dolor de amar a alguien que se hace daño a sí mismo sin poder evitarlo. El dolor de no poder hacer nada, de querer cambiar a alguien que no entiende que puede cambiar y dejar de sufrir. La impotencia es quizá el dolor más grande que alguien puede padecer.

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