En el trabajo continué comportándome como un niño caprichoso, aprendiendo sólo lo que deseaba aprender de la administración del laboratorio de computación, instalando y desinstalando programas sin saber cuál sería realmente el resultado, dejándome envolver en ocasiones por el ambiente de los alumnos. No fui un maestro irresponsable en sí, siempre cumplía con los papeles que tenía que entregar, en tiempo. Iba aprendiendo por la fuerza de la necesidad a ser maestro. A disciplinar, a mantener el ambiente ameno en clase, a confrontar a los alumnos problemáticos, a tener una presencia en clase, tan necesaria para un maestro de dieciocho años apenas.
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Sin embargo, al final no pude lidiar con la responsabilidad. Como dije, comencé trabajando de lunes a sábado, trabajando sábado una jornada completa de unas 8 horas. Dejé lo del sábado aproximadamente al mes de haber comenzado, y dejé lo demás en mayo o junio. Debí decepcionar mucho a Idalia, que me ayudó a conseguir ese empleo. Quizá la primera de muchas personas a quienes decepcioné por cuestiones de trabajo.
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Pero, por alguna razón durante muchos años tuve mucha suerte. Ese mismo día en que le dije a la directora que renunciaba, luego de recoger mis cosas y salir de colegio, cuando caminaba hacia la parada del bus para regresar a mi casa, me encontré con mi exmaestro de computación y programación. Me vio, me saludó e inmediatamente me preguntó si tenía empleo. Con toda sorpresa le dije que no, y me ofreció trabajar en el colegio en que había estudiado. Acepté con felicidad y regresé a mi casa pensando que la vida era maravillosa y que yo tenía toda la suerte del mundo.
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Aunque, algunos se imaginarán... iba a encontrarme de nuevo con Lucky.
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