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2 de septiembre de 2009

De Noche Para Siempre (XLIV)

No puedo recordar ninguna Navidad en especial, al contrario de lo que parece suceder en muchas autobiografías. Puedo recordar algo de lo que sucedió en la que acaba de pasar, y recuerdo anécdotas de algunas de mi pasado, pero nada más. No tengo ninguna Navidad que haya marcado mi vida, al menos ninguna que yo recuerde.

De pequeño las Navidades eran un poco decepcionantes, pues yo sabía que siempre recibía menos de lo que recibirían los nietos del Ingeniero. Ellos eran más adinerados, pero como vivíamos en la misma casa, la celebración era junto a ellos. De modo que el momento de recibir y destapar los regalos era el mismo también. Recuerdo por ejemplo, una ocasión en que recibí un auto de control remoto que sólo se movía hacia atrás y adelante, con un cable desde el control al automóvil. El nieto del Ingeniero recibió otro auto de control remoto, un Ferrari inalámbrico que incluso encendía las luces. Creo que nunca me acostumbré a esas diferencias.

Sin embargo, siempre me gustaba que pusieran varias bandejas con dulces por la casa. Me gustaban mucho (y a la fecha aún me gustan) unos dulces llamados Cerezas, que las ponían junto a malvaviscos pequeños. Colocaban otros dulces y fruta seca, pero yo escogía únicamente lo que me gustaba.

Los cohetillos son costumbre acá en Guatemala, y entre los niños y jóvenes, quemarlos con audacia. A cierta edad los favoritos son los pequeños que explotan. Bueno, algunos no tan pequeños. Pero se encienden y se arrojan. Si se enciende la mecha y se espera un poco, al arrojarlos explotan en el aire. Se vé "mejor". En una ocasión lo estaba haciendo, pero esperé un poco más de lo debido. Me explotó justo al arrojarlo, enmedio de los dedos abiertos. Fue una mala experiencia de Navidad.

Las Navidades mejoraron en cuanto las celebré con mi propia familia, con la que yo formé. Cuando se es padre se comprende lo que es la felicidad de los hijos, y cómo se lucha por lograrla. Los regalos que se reciben son mejores.

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