En el año 2,001 dejé de estudiar con mis compañeras de los primeros años. Me había atrasado un año y era evidente que conocería a nuevas compañeras. Así fue como conocí a Mónica. Era corta de estatura, extrovertida con los hombres (quizá debiera decir mejor, seductora), y sus senos eran grandes, debo decir. Y lo debo decir porque eso fue lo que me sedujo más de ella.
Nos hicimos amigos y luego nos comenzamos a involucrar. En esa época quizá creí que sentimentalmente, pero en realidad fue algo nada más de naturaleza sexual. A la fecha quizá ella piense que hubo verdaderos sentimientos entre nosotros, pero supongo que no fue así. Éramos amigos, no lo negaré, pero nuestros juegos sexuales no llevaban ningún sentimiento. Años más tarde, cuando nos encontramos de nuevo y ella quería seguir jugando pero yo no, me vi en un espejo cínico y me di cuenta de que yo había cambiado. Y me sentí bien por eso. Ella pretendía que nuestra relación fuera la misma, pero para mí las cosas habían cambiado.
Lo siento mucho por ella y por mí; estoy revelando secretos que quizá no debería. Pero mi autobiografía es más bien catártica que anecdótica. Nos acostamos una sola vez, y fue más decepcionante que placentero. Descubrí precisamente que no había sentimiento, ni siquiera deseo. Parecía que para ella era como un experimento de lo que ella podía provocar en un hombre, aunque a ella no le provocase nada. No provocó nada en mí, y yo no podía tener relaciones con un maniquí. Fue como un desperdicio de tiempo. No sentíamos nada el uno por el otro, y yo no puedo tener relaciones con alguien que simplemente está ahí, esperando algo físico.
Seguimos siendo amigos, seguimos jugando a darnos un beso o tocarnos de vez en cuando, pero nada más. Otro error en mi vida provocado por el sexo. Debe ser risible, debería serlo. Hasta cierto punto lo es, pero sé que no he encontrado aún la redención adecuada. El sexo no basta.
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