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14 de julio de 2008

La Piedra Azul (3a parte)

Mis papás pelearon de nuevo. Según mi mamá mi papá es un irresponsable y un borracho, y según mi papá mi mamá lo está engañando con uno de sus compañeros de trabajo. Yo sé que los dos tienen razón, y que además se preocupan demasiado de ellos mismos como para darse cuenta de que sus dos hijos escuchan siempre sus malditas peleas. Tenía tanta rabia y desesperación que cuando estaba en mi cuarto tratando de ignorarlo, lo que hice fue tonar de nuevo mi piedra mágica y pedirle que se callaran. Pero en ese momento dejaron de pelear, gracias a Dios, y por fin tuve algo de tranquilidad. Comencé a pensar en si no será cierto que la piedra funciona, pero algo como eso no puede ser posible, estamos en el mundo real, esas cosas no pasan.

* * *
Hoy ya no sé qué pensar. Claro que la piedra me quitaba las molestias del brazo, pero no era la piedra, sino que mi mente actuaba sobre mi cuerpo por convencimiento. Aquella vez simplemente mis papás se callaron al mismo tiempo que yo pedía que lo hicieran, pero no puedo decir que la piedra DE VERDAD haga todo eso. Sin embargo, esas cosas me pusieron a pensar, y terminé haciendo una prueba formal. Me levanté hoy en la mañana y le pedí a mi piedra mágica encontrarme dinero tirado en calle hoy que saliera. No le pedí un monto específico, la primera vez, pero luego hice la prueba con cincuenta quetzales. Antes de salir en la tarde, después de haberme encontrado veinticinco centavos en la mañana, le pedí de nuevo a mi piedra, pero esta vez pedí encontrarme un billete de cincuenta quetzales. Y pasó. PASÓ. El corazón me latía fuertemente cuando pude ver el billete conforme me acercaba. Era una felicidad tan grande que me daban ganas de saltar, pero claro que no lo hice. Sólo levanté el billete y seguí caminando, con una sonrisa en la cara y euforia en el corazón. No tanto por el dinero, sino por saber (o tal vez creer) que mi piedra sí era mágica. Por estar confirmando, quizá, que poseía algo de verdad invaluable, que comparado con ello, cincuenta quetzales no son nada. Una piedra mágica que concede deseos.

Pero hasta más tarde recordé y pensé: “¿se habrá muerto el hombre que casi me atropelló?”

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