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7 de julio de 2009

De Noche Para Siempre (XXVI)

Cometí muchas veces el mismo error durante mi vida. Quizá responda a ese mecanismo de autodestrucción que tenemos muchos de nosotros. Ese capricho de la personalidad que nos impide ser felices. Esa fuerza oscura que nos aleja del éxito, que desbarata todo aquello que podría hacer más placentera nuesta existencia. Esa manía de arruinar nuestras oportunidades de estar mejor.

No voy a adornar la historia, la verdad es que no puedo asegurar nada al cien por ciento, pero resulta que algunas veces he tenido la oportunidad de escoger entre dos mujeres, una mejor que la otra; una que me conviene más que la otra. Lo digo, no quiero exagerar, no hay mujer perfecta, pero si hubiese escogido mejor, quizá hubiera tenido más momentos de felicidad.

Por ejemplo, al comenzar a estudiar el bachillerato, me gustó mi compañera de clase, Aleyda. Ella tenía novio, en primer lugar, no era buena estudiante y francamente no era tan bonita. Más adelante conocí a otra niña que estudiaba para perito contador. Fue extraño, pues la ví muchas veces en el camino al colegio, y por una razón totalmente ajena a mí, comencé a hablarle. No sé cómo lo hice, nunca había hecho nada semejante, pero comencé a saludarla y recorrer con ella el camino desde que nos encontrábamos hasta el colegio. Se llamaba Caty, tenía una sonrisa linda, unos ojos bellos, y una personalidad relajada. Hoy definitivamente me gusta más, pero en aquellos días no pensaba como ahora. Me gustaba más Aleyda, aunque poco a poco me gané el cariño de ambas. Pude escoger a Caty, no estaba consciente de que Aleyda nunca me querría. Pero mi corazón tenía otros planes, y con el tiempo Caty se dio cuenta de que yo era "sólo su amigo". La perdí, y me quedé sin nada.

Tonto, perdí la oportunidad de tener un noviazgo normal, quién sabe de verdad si bueno o malo, pero lo perdí. Escogí entregar mi corazón a alguien que no lo merecería, teniendo la oportunidad de entregarlo más correctamente. Eso me sucedió más de una vez en la vida, y no siempre lo lamenté. Hasta ahora, que miro atrás y pienso que la vida es mejor cuando se piensa en las consecuencias, que la juventud no es una excusa para vivir irresponsablemente, porque después de todo la única persona que resentirá nuestros errores seremos nosotros mismos. Otros tendrán que vivir a veces con nuestras decisiones, pero nadie como nosotros.

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