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10 de julio de 2009

De Noche Para Siempre (XXVII)

No he ido a muchas fiestas en mi vida, y de todos modos la mayoría de ellas no fueron significativas, así que no vale la pena hablar de todas, sólo unas pocas. Recuerdo la primera fiesta que hubo en el CESC. Esta ya fue en una discoteca (pero en la tarde), así que era nuevo para mí. Fuimos, todos vestían bonito, para gustar, como se hace en esas ocasiones. Mis compañeros ya habían entablado una relación de interés con algunas estudiantes de perito contador, y yo también tenía una favorita (que tristemente no era Caty). Aleyda no fue, o fue con su novio, que es lo mismo.

En fin, comenzamos a bailar, rompiendo un poco y sólo un poco el esquema de una fila de mujeres frente a una de hombres. Se parecía más a una discoteca "de verdad". Yo bailé con quien me gustaba, y ahí se descubrió nuevamente que no bailaba tan mal. Claro que mientras más gente se conoce, bailar bien deja de ser una exclusividad, y cada vez conoces más personas que bailan mejor que tú, aunque bailes bien. Yo no era la gran novedad, pero no me importaba mucho, la verdad.

Lo que sí me importó fue que conocí a la prima de una alumna de perito contador, y creo que sentimos suficiente química. Bailamos, hablamos, compartimos y le agradé. Me da mucha risa, pues cuando recuerdo hoy las escenas que permanecen en mi cabeza, de sus miradas, sus acciones, la manera en que se acercaba a mí, me doy cuenta de que de verdad le gustaba. En general siempre he sido un idiota en cuanto a darme cuenta de si le gusto o no a una mujer se trata, y me ha costado mucho aprender con el tiempo. Hoy estoy seguro de que le gustaba, aquella tarde aún me preguntaba "¿le gusto?". Lo creía, pero no estaba seguro.

Lo creía porque al salir de la fiesta, lo hice con el grupito de ella, y platicamos durante el camino hasta que cada quién abordaba el bus a su destino. Me dijo dónde vivía y pude pedirle su número, o planear otra cita, pero yo era tan malo para eso entonces... Aún soy bastante malo, pero ya no tanto. En fin, en el camino se nos acercó un niño que vendía rosas, y me preguntó si no le compraba una a mi novia. Yo me sonrojé con vergüenza y ella me vio con una mirada que hoy no podría discutir. No tenía dinero, así que no compré nada, pero sé que eso no la desilusionó.

Unos días después, la prima de ella que estudiaba en el colegio me dijo que me mandaba saludos. Yo ya ni siquiera pensaba en ella, y por supuesto que no entendí el significado de ese saludo. No pasó nunca nada con ella, a pesar de que sí me gustó. Tonto de nuevo.

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