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11 de julio de 2009

De Noche Para Siempre (XXVIII)

Idalia, mi maestra de Contabilidad. Como maestra me agradó, era buena en lo que hacía. Como persona era noble y de buen corazón. Como mujer me gustó. Como amiga la extraño.

Fue mi maestra de Contabilidad en cuarto bachillerato. Me agradó y nos daba suficiente confianza a nosotros sus alumnos. No demasiada, nadie se pasaba de la raya. Sin embargo, cada vez platicamos más y sin darme cuenta fuimos formando una amistad. A mí me gustaba, pero era demasiado delgada para mis amigos, más bien flaca. Me acerqué a ella con intenciones románticas y nunca sucedió nada. Las cosas comenzaron cuando estaba en cuarto y se concretaron cuando estaba en quinto.

En quinto bachillerato nuestra relación ya se había consolidado, no sé exactamente cómo. Pasábamos bastante tiempo juntos, platicábamos de muchas cosas que teníamos en común y de otras distintas entre nosotros. Recuerdo que en una ocasión, en una de las mesas para refaccionar, se lo pedí y ella me escribió un pequeño poema acerca de la amistad. Ese papel aún lo conservo con mucho cariño. Constantemente le enseñaba lo que yo escribía, pues desde que comencé a los quince nunca dejé de escribir, y ella los apreciaba y me daba su opinión.

Recuerdo una ocasión, en que por primera vez sentí que no era un alumno que le cayera bien, sino realmente su amigo. Estábamos en el colegio, yo le mostraba un poema que había escrito. Ella lo leyó, como siempre. Hizo un comentario y salió corriendo. Yo salí corriendo detrás de ella, recorrimos todo el colegio en esa persecución. Las instalaciones eran pequeñas, así que no era para cansarse ni para lucirse, pero muchos nos vieron. Terminamos en un salón al lado del salón de maestros, ella entró y cerró la puerta, yo detrás tratándola de alcanzar. El proverbial juego de forcejeo infantil en la puerta. Al final salió, llena de risa y yo también, frente a la mirada de otros alumnos que juzgaban, y con razón, lo que veían. Por primera vez la sentía como igual, sin ser mi maestra, sin ser mayor que yo, sin barreras. Es un recuerdo tan grato y siempre me acompañará, junto con otros que tengo de ella.

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