Hoy, 1 de octubre, se celebra el día del Niño acá en Guatemala. Ya no soy maestro y tengo algunos años de no ser niño, así que la celebración ya es poco ajena para mí. Y me pregunto, ¿qué es lo que se celebra? ¿La inocencia? ¿La felicidad de ser niño? ¿Acaso la despreocupación de la niñez?
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Por supuesto.
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Ser niño no es fácil. Tampoco es más difícil que ser adulto. Pero vale la pena celebrar la inocencia, la felicidad, la despreocupación. Y no precisamente de los niños de hoy. Nosotros celebramos porque recordamos lo que fuimos, lo que tuvimos. La inocencia de que nunca nos hayan roto el corazón, de que no imaginábamos siquiera que un dolor así pudiera existir. La felicidad de la lluvia, de un helado, de un chiste que nos hacía reír en honestas carcajadas. La inocencia de no conocer la verdadera maldad humana.
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Y celebramos la despreocupación de no tener responsabilidades de dinero, de no haber entrado todavía completamente en el mundo donde siempre hay que comprar cosas. Ni del sexo y sus responsabilidades y sus preocupaciones y su relación con cuánto vales...
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Así que vale muchísimo la celebración de la Niñez, no sólo la de las personitas que debemos proteger, sino para recordar y consentir al niño que aún debemos tener dentro.
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